domingo, 18 de octubre de 2009

La mala palabra, simbolo de la intolerancia

Por Pablo Sirvén

Los lenguaraces de la radio y de la televisión quedaron, por una vez, un tanto sobrepasados, por mucho que se hayan aplicado en ensuciar el idioma en los últimos años. Es que el vómito verbal de nuestro glorificado máximo arquetipo nacional, Diego Armando Maradona, tras el partido que la Argentina le ganó de milagro a Uruguay, en Montevideo, en la noche del miércoles último, los dejó de una pieza.
Acostumbrados a manipular desde hace rato palabras ásperas para hacerse los cancheros y joviales, a pesar de que varios de ellos son señores (y señoras) provectos, apelan a una verba recargada que sonrojaría hasta a los merodeadores habituales de baños de estaciones ferroviarias. Pero, de pronto, se dieron cuenta de que todavía tenían mucho que aprender (por no decir que mamar) del "maestro", quien con su lengua de fuego pareció reducirlos al inocente papel de carmelitas descalzas.
Fue todo un test involuntario el que se derivó del nuevo exabrupto maradoniano. Varios comunicadores, que se ufanaban de su estilo carrero, no supieron bien dónde ponerse al día siguiente de la sonada incontinencia: si rasgarse las vestiduras o disculpar lo escuchado porque "Diego es Diego"y tiene impunidad para lo que guste deshacer con su fascismo andante, tan funcional a estos momentos donde la consigna nacional es lapidar, como sea, al periodismo.
Otros vieron un enfoque mucho más conveniente y lo celebraron en consecuencia: el virtual jefe espiritual de la Nación extendía su generosa "autorización" para habilitar un uso más irrestricto de vocablos que les estaban naturalmente vedados por razones de elemental buen gusto.
Comentando intensamente, sin ahorrar detalle, todas las groserías defecadas por el ex crack, comenzaron a hacer suyos los nuevos vocablos aprendidos, no sólo en emisoras FM de madrugada, donde ya transitaban por esos andurriales, sino también en las populares AM y en la tele, en horarios centrales. Burdos, procaces, monotemáticos, sin vergüenza, los pusieron en uso demasiado rápido, y no sólo en los chistecitos procaces de rigor que abundaron en estos días. Hasta el propio jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, no se privó de recrear la guasada ayer en una radio.
De hecho, algunos diarios populares, en la mañana del jueves, se solazaron en repetir las peores groserías del poco inspirado DT de la selección en tipografía catástrofe, y los programas de archivo televisivos, especializados en regurgitar siempre las peores bazofias, pasaron las barrabasadas de Diego hasta hartarse (y que veremos, hasta el fin de nuestros días, en sucesivas recopilaciones). Hasta un ciclo especializado en menudencias prostibularias se dio el cínico lujo de criticar fieramente a DAM para machacar una y otra vez en sus últimos derrapes de oralidad sexual.

* * *
Animadores, supuestamente de primer nivel, en los tramos horarios de mayor audiencia, en las radios más oídas, y también en la TV, vienen desquiciando el idioma mucho antes de que Maradona dijera lo que dijo.
Como son prejuiciosos, inseguros y bastante ignorantes, lo hacen porque creen que eso los acerca más al pueblo y a la muchachada. Algunos se tornan patéticos en su persistencia en impostar lo soez cada diez minutos. Es gente grande, con muchos años de trayectoria, que en vez de dar el ejemplo con mensajes de excelencia, depredan lo más que pueden micrófonos y pantallas. Son ordinarios depredadores que vienen haciendo un aporte fundamental a la involución integral de este país.
No son los únicos. Los movileros deslenguados aportan lo suyo; las chicas de cascos ligeros, que buscan glorias efímeras en cuanto programa las enfoque, también están prontas a decir la primera guarangada que se les cruce por la cabeza. Ciertos foristas de algunos sitios de Internet, que no se mostrarían tan desafiantes si no se escudaran detrás de seudónimos, también escupen sus prepotencias con ortografía de infradotados y cero ideas.
Una vez más, el nefasto y perverso péndulo argentino nos somete a sus peligrosas oscilaciones: muchos años atrás (y no sólo durante los gobiernos militares), la mala palabra era realmente "mala palabra" en los medios de comunicación audiovisuales y, por lo tanto, objeto de durísimas sanciones.
Nadie, pues, osaba utilizarlas, ni siquiera excepcionalmente, que para eso fueron creadas.
Pues bien, en los últimos años un Comfer completamente inerme sin poder de contralor (al confundir dicho concepto con el de represión, los funcionarios prefieren no hacer nada) fue como un dique roto que no pudo impedir el aluvión de creciente escatología y procacidad, que no supieron ni quisieron parar (más bien lo contrario) los programadores, los permisionarios y hasta los publicitarios (que no dejaron de anunciar sus marcas aun en medio de charcos pestilentes).
El 24 de agosto último, el senador santafecino Carlos Reutemann perdió su habitual serenidad y pronunció públicamente un exabrupto cuando lo quisieron apurar una vez más con su nunca concretada candidatura presidencial. En la madrugada de anteayer Residente, de Calle 13, dedicó un pesado insulto al presidente de su propio país, Puerto Rico, durante la transmisión internacional de los premios MTV. Y Maradona usa la misma pirotecnia verbal que los narcos mexicanos ponen en los mensajes que dejan al lado de cuerpos descuartizados.
La mala palabra, el lenguaje sucio, antes reservado estrictamente para espacios privados o espectáculos no aptos para menores, comienza a emerger a la superficie de la masividad cada vez con mayor virulencia como síntoma claro de intolerancia.
Los maltratadores verbales se están apropiando del espacio público y la anomia de los poderes formales e informales que podría pararlos va camino a una parálisis que favorece el accionar de estos arranques totalitarios, que hacen escuela y funcionan como malsano modelo para las nuevas generaciones y espectadores con escasos anticuerpos intelectuales para neutralizar la contaminación del lodazal que se nos viene encima.
Bravucones de poca monta, escraches infames a políticos y diplomáticos, videos truchos y anónimos que el canal oficial emite y repite (sin que sus autoridades den la cara para justificar esa decisión), piquetes que se multiplican y lenguas desmañadas vuelven minado el territorio que pisamos todos. Ya lo decía Shakespeare en su Hamlet : "Algo huele a podrido en Dinamarca".
 
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1187639



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