lunes, 20 de julio de 2009

Marketing de falsa oportunidad

Hernán Casciari
Para LA NACION
 
La especulación del ladrillo, que aquí en Europa se conoce con el eufemismo de "burbuja inmobiliaria", está destapando más miserias humanas de las que estaban previstas: la mezquindad de los constructores, su avaricia extrema; la connivencia de los gobiernos, o sus pactos por debajo de la mesa para que pudiesen hacer a su antojo durante años, y por fin -ésta es la que más duele-: la estupidez a prueba de balas de la pobre gente que se compró una casa, o dos, a precios desorbitados, creyendo que mañana podría venderla al doble de su precio. De este triángulo voraz sólo dos vértices se salvan ahora, en esta crisis global, en estos meses en que todo explotó: los productores de la construcción libidinosa (que no han ido presos) y los gobernantes corruptos (que en casi todos los casos permanecen en sus puestos). El que perdió, el único que mordió el polvo, es el ciudadano: el que compró una casa y ahora está hipotecado hasta las orejas, o el que perdió su empleo en la construcción. Ahora las viviendas cuestan un veinte por ciento menos que hace dos años. Pero casi nadie compra, porque se espera que los precios sigan cayendo.

Ayer cayó en mis manos el folleto de una inmobiliaria. En él viene la foto de una casa muy bonita, y al lado el precio: 423.470 euros. Pero atención, porque abajo pone en letras de molde: si usted reserva el 20 de julio, tenemos una promoción especial. Y un nuevo importe para la misma casa: 338.776 euros. Sólo si compramos el día 20. Estuve un rato largo buscando una calculadora, porque me cuesta mucho reírme y encontrar artefactos al mismo tiempo. Cuando por fin hice la resta, descubrí que si me compro la casa mañana, lunes 20 de julio, esta gente me regala 84.694 euros. Así, a la que te criaste. Pero si me la compro pasado mañana, o si me la quiero comprar hoy, adiós descuento.

Hasta el bendito día que empezó esta crisis global, estábamos acostumbrados a la mentira insignificante, pero esto ya sobrepasa los límites del marketing. ¿Cómo es que te regalan ochenta mil euros porque sí? Y sobre todo, ¿cómo pretenden que alguien pueda creer semejante promoción? Hay juegos publicitarios en los que todos aceptamos la farsa: si cambia de compañía le obsequiamos un nuevo celular; si abre una cuenta en nuestro banco le regalamos un escaletrix; si compra dos detergentes puede robarnos el tercero y nosotros hacemos la vista gorda; el champán es invitación de la casa; llame ahora y reciba este práctico juguete sexual de regalo; etcétera. Los consumidores nos habíamos habituado a que diez se escriba 9.99, a las rebajas mentirosas, a las llamadas gratuitas de los domingos, a los cupones dos por uno. Es decir: al engaño inocentón de toda la vida. El marketing basado en la falsa oportunidad es más viejo que el hambre, pero perdura gracias a un pacto tácito: yo finjo que usted no es un ladrón y usted sigue creyendo que yo soy un poco pánfilo. Pero ochenta mil euros, ¿no es demasiado? ¡Manejemos la comedia con más tacto, por el amor de Dios! Porque si empezamos a sobreactuar, un mal día se nos va a escapar la risa, y entonces el capitalismo se nos muere en serio.

© LA NACION

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